Macarena Cao Gené (2010)
“No nos conviene entender la sexualidad dentro de la familia
como algo “natural” como una suerte de emanación esencial,
pura e inmutable de la carne y del tejido social a la que se opone
lo simbólico y cultural a través de la represión.
La sexualidad emerge de la interacción del
cuerpo con la reglamentación social de turno.”
Julio Moreno
Comenzaré desmenuzando el título de mi trabajo: Dédalo, según el Diccionario de la Real Academia Española es laberinto, cosa confusa y enredada… pero también es alusivo a Dédalo, el personaje mitológico griego.
Una breve historia me ayudará a dar cuenta del porqué de la elección del tema y del título: Dédalo era famoso por su pericia en el arte de la construcción; era un gran escultor, arquitecto e inventor. Desafortunadamente, un día enfureció al rey quien lo encerró junto a su hijo (Ícaro) y el Minotauro en una alta torre. Siendo un extraordinario inventor, ingenió un plan de escape para él y su hijo. Solicitó velas para que, según él, pudiera continuar leyendo… aunque en realidad utilizó su cera junto con las plumas de unos pájaros que por allí volaban para construir un par de alas. Tras la observación minuciosa de las aves, Dédalo colocó plumas grandes sobre las más pequeñas formando una superficie cada vez más amplia. Cuando finalizó con su obra, el arquitecto agitó las alas y complacido experimentó el volar por su celda. Construyó otro par similar para Ícaro. Antes de escapar le hizo unas advertencias a su hijo “Ícaro, debes volar a media altura, para evitar que las olas recarguen tus alas si vas demasiado bajo, y que el calor las queme si demasiado vuela entre mar y cielo” (…) Ícaro quedó encantado de alegría con el poder del vuelo y se olvidó de los dichos de su padre. Inclinó sus alas y se elevó como si de dirigiera al cielo… Y Ovidio escribe: “La proximidad del abrasador sol ablanda la aromática cera que sujetaba las plumas. La cera se ha derretido; agita Ícaro sus brazos desnudos, y, desprovisto de las alas, no puede asirse en el aire, y aquella boca que gritaba el nombre de su padre es engullida por las azuladas aguas, que de él tomaron nombre…”.
Volveré más tarde sobre el mito.
¿Qué entendemos por diagnóstico?
Según la RAE, dentro del campo de las ciencias medicinales es el arte o acto de conocer la naturaleza de una enfermedad mediante la observación de sus síntomas y signos. Y como psicoanalistas ¿cómo realizamos un diagnóstico? ¿Nos alcanzaría con recopilar desde una observación pasiva los actos conductuales del niño en cuestión? ¿Contaríamos con una semiología detallada del niño que nos hablaría de su ser y padecer o más bien nos acercaría a una tendencia clasificista tan de moda en los tiempos del DSM, que niega la singularidad atendiendo a categorías generales?
Pero por suerte, los niños en su mayoría no se quedan “quietos” y resulta dificultoso encontrarlos allí, justamente allí donde intentan “ponerlos”. Un niño sano se mueve, es espontáneo, revoluciona los espacios, modifica, rompe, grita, no se ajusta a nomencladores… juega.
En su libro El niño y el significante, Ricardo Rodulfo reflexiona sobre esta misma cuestión: “En el fragor de la clínica, una excesiva memoria de la rotulación, una sobreestimación de su utilidad nos perjudica justamente en la tarea clínica. Desde posiciones teóricas muy diferentes –Bion, Nasio- advirtieron sobre el riesgo para el pensamiento del psicoanálisis de quedar dependientes de conceptos, en el fondo, demasiado macroscópicos, que a veces conforman unidades que, más bien, debemos problematizar. El culto al principio de identidad que subtiende clandestinamente estos procedimientos es identificar el paciente X diciendo, por ejemplo, es psicótico. Estos procedimientos no son el aliado mejor para el que conduce un psicoanálisis. El método que hacemos nuestro se procesa del modo más fecundo apartándose de nominaciones globales y masivas. Trazando el rodeo de estas salvedades se puede decir que la referencia psicopatológica es muy importante, siempre y cuando se reconozca la poca importancia que tiene. Sin sus categorizaciones faltaría cierto mapa y por eso el psicoanálisis no pudo desprenderse por entero de los encuadramientos psiquiátricos”.
Precisar un diagnóstico y al mismo tiempo poder olvidarlo es escuchar con teorización flotante (P. Aulagnier); que los conceptos aprendidos en su profundidad no impidan lo singular, taponando la escucha, por el contrario deben disponerse a fin de potenciar los interrogantes más que las respuestas.
El diagnóstico, entonces, tiene que ser un diagnóstico de la diferencia, no un diagnóstico clasificatorio, una rotulación.
La necesidad de definir como de fundamentar teórica y clínicamente los criterios psicopatológicos específicos de la infancia, niñez y adolescencia nos obliga a esclarecer que la subjetividad con la que nos encontramos está en vías de estructuración considerando entonces los aspectos históricos tanto en la constitución saludable como en los avatares psicopatológicos.
Winnicott habló de “semiología del medio” para señalar que no alcanza con la semiología detallista del paciente sino que hay que tomarse el trabajo de lo que puede resultar patógeno a su alrededor. El no centrase en los síntomas, inhibiciones o trastornos que un niño pueda presentar (Lombroso sería el ejemplo característico de la patología nucleada en el paciente) sino más bien abordar exhaustivamente el ambiente que rodea al pequeño nos posibilitaría el diseño laborioso del diagnóstico… Como Dédalo, de modo artesanal, imbricado, pero con salida.
En resumen, el diagnóstico no puede finalizar con la evaluación solamente del niño, tampoco reducirnos al trabajo único con los padres como causantes de su hijo considerando a los sufrimientos y traumatismos como resultados de un ambientalismo causal. Se trata de un entre, de un ir y venir entre el niño, su (pre-)historia y sus padres.
Tomo de Janine Puget su concepción acerca del el espacio trans-subjetivo dado que nos servirá para continuar adentrándonos en el laberinto diagnóstico de la psicopatología del abuso sexual infantil. Ella lo define (al espacio trans-subjetivo) como el conjunto de representaciones del mundo real (social y físico) que el yo adquiere desde lo originario directamente, así como por la mediatización del super-yo de los padres. El sujeto es tanto sujeto del mundo como de la estructura familiar. «La representación originaria de este espacio es la de una continuidad oceánica entre el yo y el otro incluido en una dimensión de infinito. El vínculo entre el mundo externo y el yo se establece sobre la base de un acuerdo inconsciente vivido como las raíces que lo insertan en una zona geográfica y social determinada»…
Varias son las definiciones que pueden encontrarse en una vasta bibliografía referida a los maltratos y abusos contra niños. Entre ellas: el abuso sexual “implica un abuso de poder; en tanto y en cuanto una persona mayor; más fuerte, y más sofisticada, saca ventaja de una persona más joven, más pequeña y menos sofisticada, con el propósito de satisfacer sus propios deseos y sentimientos sin importarle los deseos y sentimientos del niño/a” (Nudel).
La efracción es justamente la penetración del abusador en el mundo del infante tanto a nivel simbólico como en la realidad. Se produce un quiebre en su mundo fantasmático, en sus espacio privilegiados (aquí incluyo principalmente al juego) y en su cuerpo. Según la edad en la que se haya sufrido la agresión y el período de desarrollo madurativo en que el niño se halle, las secuelas serán diferentes. Pero siempre el abuso sexual tiene un efecto de implosión en la vida psíquica. La subjetividad estalla, toda la filiación resulta desvastada. Se trata de un daño psíquico que no es generado en una sola situación traumática, sino que se produce de manera lenta, insidiosa, virulenta a raíz de microcomportamientos relacionales entre el niño y el adulto que enferma, marca, perjudica, destruye, aniquila (Marisa Rodulfo). Los niños son desapropiados de su autonomía, de su deseo, de su sentimiento de agencia, de la posesión de su cuerpo. Es un daño velado, oculto, secreto que trae a la memoria la idea de Hannah Arendt sobre la “banalización del mal”… Los padres abandonaron su puesto de mínimos cuidadores. (J. Moreno).
Diversas suelen ser las vías de derivación: gabinete psicopedagógico, pediatra, una abuela angustiada por la “tristeza” de su nieto, una madre preocupada por “la inmadurez” de su hija, un padrastro confundido por las conductas amaneradas de su hijo…
Esquemáticamente la situación se presenta del siguiente modo: una consulta por un tema periférico, acompañada de relatos poco transparentes de escenas imprecisas, con preguntas indefinidas sobre la gravedad de la conducta del niño, desmentida de la responsabilidad tanto de la función (materna, paterna) como la de adulto protector, acusaciones ajenas al núcleo familiar, creencias al estilo “es la vida que nos toca” y un niño… Un niño, angustiado, triste, lastimado, cosificado, que sabe lo que sucedió, sucede y sucederá si no hay un otro que, en primer lugar escuche para intervenir donde él no ha podido. Un niño que convoca, que solicita que alguien se presentifique desde algún otro lugar.
Cualquiera de tantas puede ser la situación clínica, pero todas muestran como el conflicto, que se halla mudo dentro del seno familiar necesita de una otra escena para desplegarse.
Escena disruptiva que ocasiona la aparición de todos los elementos organizados en torno al incesto de forma masiva. Digo incesto aún cuando la violencia manifiesta que arrasa el cuerpo del niño se halla producido por fuera del núcleo familiar… Acaso no encontramos que en todo niño abusado los progenitores de algún que otro modo sostienen patológicamente la trama ¿edípica?. ¿No nos es harto frecuente ubicar una mamá que goza bañando a su hijo de ya once años para que quede “bien limpito”, cuando ha consultado hace unos meses porque su vecino lo violó mientras ella hacía los quehaceres domésticos?
El incesto se halla abalado de un modo preconsciente por todos los miembros de la familia. Ello impone distinguir claramente a quienes son víctimas y a quienes son victimarios, pero en el caso de los adultos la clínica nos muestra que todos tienen algo para responder. No todos los adultos tienen el mismo grado de responsabilidad y compromiso ante los hechos, pero la familia en su totalidad es un sistema de partes interrelacionadas. No podemos en este momento olvidarnos de esto.
Cualquier niño puede ser tomado como objeto de goce sexual por su inmadurez, su dependencia y por su necesidad de afecto y aceptación. Es por esto que tienden a confiar en los adultos que tienen a cargo su cuidado. No es azaroso que la mayoría de los incestos, más en niños pequeños, se den en medio de escenas lúdicas en un ambiente familiar. Con el silencio, se permite y se participa del abuso como tragedia privada, sucediendo en la intimidad y en la que el niño padece en una extrema soledad.
Entre las madres de los niños abusados solo un grupo reducido de ellas presenta dificultades extremas en lo que hace al cuidado de sus hijos. Sin embargo, el incesto no es patrimonio exclusivo de tales familias.
El trabajo de elaboración terapéutica con la madre está guiado por la necesidad de rectificar las relaciones de su función con la realidad. Esa realidad debe contemplar las perspectivas de alojamiento y significación que el hijo/a le demande.
El niño se muestra para ser leído. El cuerpo desvastado no cesa de exhibir en silencio no mudo un sufrimiento que intenta ofrecerse a la mirada (Calvi). El contrapunto entre la construcción desmentida de la realidad por parte de la madre y la hiper realista que puede verificarse en el niño, es un indicador clínico diagnóstico a ser relevado…
Insisto, será la semiología del medio y no el recorte reduccionista de las conductas del niño lo que nos conducirá a construir un diagnóstico.
Será eficaz para el trabajo clínico, captar la posición de cada miembro de la familia y el desenvolvimiento en su función frente a la situación abusiva. La escena incestuosa está constituida por todas las respuestas que brindan los integrantes de esa relación.
Recordemos que para pensar en una situación disruptiva debemos contar con tres términos ligados entre sí. Es decir: un hecho (evento fáctico), la vivencia del sujeto (singular, inferible, subjetiva) y la experiencia (comunicable, pensable y articuladora del mundo externo (incidente) y el interno (erlebnis).
Cuando llega a consulta un niño traído por el adulto angustiado por la sospecha de abuso sexual inflingido en el pequeño, una y cada vez, debemos replantearnos que elementos serán los necesarios para darle un lugar de intimidad a ese niño vulnerado.
Siempre está la urgencia junto a la importancia de lograr que el niño, a través de nuestra función, consiga construir un espacio y tiempo donde su decir sea escuchado, no desde la investigación arrasante de la búsqueda de la verdad, sino donde su gesto, su juego, su dibujo pasen a ser los protagonistas ya no mudos de las escenas temibles. Será en esa nueva estructura ambiente, donde el niño logre decir cómo y qué le sucedió.
Sus compañeros serán los lápices, hojas, títeres, muñecos… su Caja de Juegos se convertirá en el mundo mágico de Alicia en el País de las Maravillas para hacer real eso que hasta ese momento fue negado por unos, desmentido por algunos y gozado por otros.
Una Caja de juegos en un espacio y tiempo de consultorio, que deberá recobrar la fuerza viviente y de alegría que el jugar en tanto experiencia inaugura… Afecto soslayado. Nuestra propuesta se verá en un principio confundida por el engaño de aquél que malversó el juego como práctica aberrante de manipulación y gozo, que utilizó el secreto para mutilar la voz, que confundió cosquillas con manoseo, privacidad con “reclutamiento”. Nuestra regla (fundamental) de “en este espacio jugaremos, no se lo estaremos contando a nadie, cerraremos la puerta…” deberá abrirse camino en el extravío del confuso laberinto de la subjetividad que el desvastador abuso corrompió.
A esta altura estamos en condiciones de decir que una de las mayores dificultades clínicas a la hora de establecer un diagnóstico de abuso sexual radica en que una clasificación de indicadores no es suficiente para elaborar una hipótesis. En primer lugar porque la mayoría de estas señales, signos y síntomas, tanto físicos como psicológicos, no son exclusivos del abuso sexual infantil. Que mencione retraimiento, conductas hipersexualizadas, trastornos del sueño, de la alimentación, conductas regresivas, enuresis, encopresis, fenómenos disociativos, conductas delincuenciales, quejas somáticas (cefaleas, dolores abdominales, alergias dérmicas) etc., constituyen solamente, un grupo de indicadores de sospecha según período evolutivo del niño.
En segundo lugar porque es necesario conocer la relación que el niño tiene con su madre, su historia vital, grupo familiar y su propio cuerpo a fin de establecer con anterioridad el predominio psicopatológico. Lo diferencial (en el diagnóstico) consistirá también en establecer la diferencia entre lo primario o secundario, por ejemplo entre un predominio (psicopatológico) que tiene que ver con lo heredado o lo genético sobre el cual se puede yuxtaponer una psicopatología o una “psicopatología que viene de inicios y produce luego un déficit. (M. Rodulfo). Así es como determinados tocamientos que pueden ser considerados como conductas hipersexualizadas producto de un abuso, tal vez se deban a la exploración masturbatoria que algunos niños pueden practicar como efecto posterior de un vaciamiento corporal originario.
Con todo, son los mismos niños, que por medio de su cuerpo y de algunos dichos, nos informan de lo ocurrido. Sostengo enfáticamente que es la capacidad de establecer transferencia el único operador teórico que permite a los niños (abusados) cesar en las actuaciones sintomáticas desarticulando el contrapunto organizado con la madre para pasar a comunicar de diferentes maneras lúdicas y orales sus extraños secretos. En términos coloquiales: se trata de que alguien esté dispuesto a escuchar. El trabajo interdisciplinario constituye la base operativa para la contención y abordaje de los desórdenes producidos en familias incestuosas.
«Lo traumático no es lo acontencial, sino que es el efecto, en un psiquismo que ya tiene constituidas ciertas organizaciones, de algo proveniente de lo real que está ligado al acontecimiento pero que en sí mismo no es determinante sino por la forma en que opera en relación a las inscripciones previas. Hay acontecimientos que devienen necesariamente traumáticos aunque no necesariamente esos traumatismos devienen patológicos».
Ante la nefasta idea que el niño/a es abusado, la madre, en la mayoría de los casos, (o quien escucha, advierte, observa, teme) duda de lo que ella misma puede relatar. Pregunta sobre la posibilidad de que su hijo/a mienta o invente; llega al punto de consultar sobre la salud psíquica de la niño/a.
¿Qué tenemos por hacer? Mucho. Si tan solo no se nos olvidase que la respuesta de la familia y del entorno del niño frente a su denuncia será determinante en la magnitud de los efectos traumáticos, no prevendríamos el incesto, pero iríamos en pos de una resolución saludable y no sintomática. El niño es afectado por lo no representado (indeterminado): un rasgo. (J. Moreno). Será recién con el trabajo clínico (transferencial) que realicemos junto al niño, que esa diferencia pura sin representación devendrá marca otorgándole algún sentido a eso hasta ahora no comprendido… que permita de alguna manera sancionar lo acontecido, nombrando “las cosas por su nombre”, aclarando la confusión culposa (?) de ciento de niños por creerse los actores responsables por su seducción de la acción inescrupulosa del adulto.
El laberinto al que el niño es arrojado, donde la confusión de entradas y salidas, de bloqueos e inhibiciones, de desesperación y esperanzas no sostenidas… Dédalo similar al que como analistas nos enfrentamos cuando nos introducimos en el mundo del diagnóstico de la diferencia con la certidumbre de saber que la oportunidad eficaz de salud sólo arriba si sabemos mantener el equilibrio: ni tal alto, ni tan bajo. Sólo en el ENTRE se construye.
Para finalizar recuerdo a Winnicott: “Los adultos no hacen al niño, lo ayudan o no a ser”.
Lic. Macarena Cao Gené
Diciembre 2011
mmacarenacg@hotmail.com
BIBLIOGRAFÍA
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