Macarena Cao Gené(2020)
Hace 21 años que me recibí en la UBA. Hace 20 que acompaño en consultorio particular a niños vulnerados en sus derechos. Niños devastados, desamparados, traicionados, arrasados, atrapados, sometidos, silenciados, agredidos… niños sustraídos de su mundo infantil incorporados a la fuerza a una esfera genital adulta. De esas huellas psíquicas atroces, monstruosas, entonces devienen sobrevivientes traumatizados, disociados, con deseos aniquilados de ser. Mudos, con miradas tristes, desesperanzados, inquietos o inhibidos, mentes brillantes dolorosas o incapaces de aprender, Peter Pan que la epigenética no logra explicar, ambivalentes, agujereados, vacíos… llenos de comida y pulsión errática, cuerpos masturbados que indican el paso doloroso del toqueteo del agresor. Y un día alguien advierte que “están raro”. No solo observan sino que deciden consultar, en el mejor de los casos de modo temprano… Pero también se entiende, claro, la desmentida opera también en el adulto no abusador. Niños y niñas que llegaron al consultorio sin saber que estaba ahí para acunarlos. Vinieron, así de simple, fueron traídos. No estoy hablando en términos románticos hablo de mecer, de tomar en los brazos y ser sostén (holding). Estoy diciendo que debemos convertirnos en ese ambiente para que el vínculo relacional construido entre ambos, en tanto lugar de aposentamiento, posibilite un espacio transicional donde deconstruir lo vivido. La afectación invalidante acarrea la subjetividad aplanando, a veces hasta la muerte. Parafraseando a Winnicott y con el respeto que se le tiene a los maestros diré que “el paciente no existe” haciendo referencia a la necesidad imprescindible del ambiente para que éste exista y sobreviva pudiendo elaborar, o simplemente significar aquello que lo atormenta. Hasta ayer llamaba al agresor sexual depredador, tenía la certeza de ubicarlo como lo monstruoso que ataca, devora, el cazador sin culpa. Pero ya no puedo seguir con esa concepción en tanto depredador en ecología es el individuo que atrapa la presa para subsistir. Es decir “tiene” que hacerlo como un modo de mantener su vida. Depende de la presa para subsistir en la cadena ecológica. Al encontrar esta definición, rápidamente supe que no podría seguir nombrando de ese modo a aquél que va en búsqueda de una satisfacción gozosa y no tras un bocado de vida. Sigo sin encontrar modo preciso para configurar a lo que por ahora llamaré “schreck” compartiendo la distinción freudiana entre el miedo (angst), el temor (furcht) y el terror: schreck. Silvia Bleichmar en relación al terror (2000) propone que se ocasiona cuando el sujeto sabe a qué le teme, pero no encuentra los recursos para instrumentar defensas ante eso temido, es decir esos niños saben que los asecha, pero no encuentran modos de protegerse de ello, alternativas varias ante el terror son refugios fallidos que “los consume pero no los protege de la repitencia del acontecimiento” (Calvi, 2005). Hace unos minutos hablaba del ambiente, del holding necesario para que se facilite un devenir psíquico saludable. Entramado familiar roto en incestos indecibles, impensables e innombrables. Pero un lugar transferencial habita la magia del encuentro de inconscientes que destinan que lo no lo dicho se materialice en palabras, dibujos, juegos; que aquello impensable tenga cuerpo psíquico y el sujeto arribe casi sin darse cuenta a un despertar de la pesadilla en el que esbozos de lo ocurrido sean atrapados, armados en diagnósticos que confirman aquellas experiencias que se olvidaron, disociaron o mezclaron en ambivalencias infortunas. El analista será el que ayudará al armado del dédalo. El entre tendrá la fuerza de reconstrucción y el poder de distinción entre lo vívido, la fantaseado y lo encubierto. Alianza que Schreck intentará quebrar, manipular, desmerecer, ensuciar… ¡Claro! Ahora tiene que confundir y alterar perceptivamente a alguien más que a su presa. Y ahí los analistas enredados en cartas documentos, testimoniales desmerecidas, acusaciones de falso testimonio, amenazas de mala praxis, fantasmas de resarcimiento por daños y perjuicios. Y nuevamente actúan con lo que acostumbran hacer: maniobras espurias atacan al “Oráculo” como me llamó hace tiempo un pacientito. Analistas con miedo, quemados (burnout) en su práctica clínica. Amenazas múltiples: canalladas disfrazadas con letrados inescrupulosos, tergiversación de pruebas, amiguismos judiciales, enlentecimientos que producen hartazgo desconociendo domicilios para no ser notificados, falsos diagnósticos de locuras a adultos protectores, menosprecio a la verdad de los pequeños… Y mientras tanto un niño, una niña que crece sin libertad; sin la autonomía de gozar de su propia infancia. Y un analista que siendo el representante de la voz callada de ellos que busca como dejar en letras transformadas en informes, algo de todo ese horror escuchado. Un terapeuta, como me gusta nombrarme, que va al encuentro de la Ley que ordene, que pacifique que sane. Terapeuta como aquel terapón que en la antigüedad designaba al compañero del guerrero. Y allí seguimos, acompañando, meciendo cuando Schreck viene a la envestida. Contratransferencia analizada para poderandar. Es así como la mamá de Anita atravesada por el odio puede enviar a otros para el secuestro de lo que no obtuvo por vías clínicas tenga lugar. Saben que quería? Manifiestamente dos cosas: un informe que constara una perpetración sexual inexistente y las marcas gráficas aposentadas en papel que la niña había hecho a lo largo de su tratamiento. Obscenidad y delirio de poder sobre su descendencia… ¿Marcas del abuso? ¿De cuál? Sí, sí, Sr. Juez las encuentra… son de la madre, si quiere le cuento… ¡Ah! O el padre de Andrés que viéndose descubierto en los sueños de su hijo prefirió descreer del grandioso método de desciframiento freudiano y de los estudios sobre el trauma que la analista de su hijo empleaban intentando convencer al tribunal que aquello más que vivencias fueron “elucubraciones de una terapeuta pagada por la progenitora para que invente” las más de quince escenas relatadas, dibujadas y escenificadas que se presentaron como prueba. ¡Tenga cuidado con lo que declara! Fue la frase que escuché luego de ¿Lic. Cao Gené? Desde una llamada telefónica. Adivinen qué: número privado. Un anónimo… un no se sabe cómo nombrarlo… alguien que ni siquiera tiene las agallas de “defenderse” manifestando su apellido, esa marca significante que nos emparenta u otro. Yo con orgullo menciono que Cao es el apellido de mi padre y Gené (catalán por cierto) el de mi madre; honrada estoy de pertenecer a ambos linajes. Sin embargo, el anónimo estaba evidenciando su accionar “privado”: con amenazas silenció a su nieto de aquel macabro y mal llamado “juego de los dedos” y con la misma táctica busco silenciar a la analista que diferenció juego de aquello otro.