Lic. Cristina Culipe
“Era como si…por ser diferente, se hubiera vuelto más el mismo…”
Saramago | El Hombre Duplicado
¿Es posible hablar de cuerpo sin pensar en marcas?…desde el nacimiento hay un encuentro con otro humano, con una madre o quien cumpla esa función, que desde el inicio va libidinizando al niño, erogeneizando diferentes partes de su cuerpo, marcándolo en su recorrido con cuidados, besos y caricias. Encuentro único que va definiendo no sólo la autopreservación sino también inscribiendo el placer-displacer.
El cuerpo se va marcando por el encuentro y el desencuentro, por la pulsión, por la trama transgeneracional. Va registrando manifestaciones tempranas de amor…pero también va siendo marcado en el devenir por heridas, lastimaduras, violencias, agresiones, descuidos, maltratos que también dejan huella…las huellas ligadas al dolor y al sufrimiento, como la otra cara de la moneda, marcas que hablan de haber sido puestos en lugar de objeto, avasallando la subjetividad en construcción.
Es así, como en los últimos años, ha empezado a surgir en nuestra clínica una nueva sintomatología adolescente “las marcas en el cuerpo”, puestas en actos de autoflagelación, cortes, piercing, tatuajes…significando cada uno de ellos un modo de “ser visibilizados o ser reconocidos como diferentes”, la historia se hace exhibición y se hace escritura.
Pero, ¿por qué el cuerpo? Tal vez porque el cuerpo tiene una memoria particular, y la adolescencia es transformadora a nivel corporal, un cuerpo infantil va mutando a un cuerpo nuevo, que emerge con nuevas manifestaciones pero abandona también otras…y ese pasaje a veces, es doloroso, silencioso, difícil y abrumador…y justo aquí, donde no hay palabras, aparece otro modo de decir “desde su piel superficie”.
También sabemos que estos modos no emergen casualmente sino causalmente, atravesados por lo familiar, lo social, lo cultural y lo coyuntural.
Por lo que no podemos dejar de pensar que en una sociedad, donde la imagen va tomando cada vez más relevancia, sea justamente a través de lo visual, de la imagen, de los dibujos puestos en el cuerpo, que estos jóvenes intentan decirnos algo de su padecer como también de su placer, porque muchas de esas marcas también están ligadas al placer y a las identificaciones.
Desde los tiempos primitivos el cuerpo ha sido portador de imágenes, en los rostros pintados de las culturas primitivas donde lo social y cultural estuvo en juego…los tatuajes serían hoy un modo de aquello, donde muchas veces los jóvenes ponen en evidencia su narcisismo y su deseo de eternidad, en una marca que permanecerá indeleble a través del tiempo…pero en los cortes y en las escoriaciones, ¿qué de lo social se pone en juego allí? ¿Qué violencia no tramitada se repiten en esas violencias? ¿Son señales de una angustia a la que no pueden ponerles palabras? ¿Son mecanismos de alivio y consuelo?
A diferencia de los piercings o tatuajes, que se hacen visibles ante el otro, las autoflagelaciones o cortes, generalmente se hacen en soledad, se ocultan, se evitan mostrar y hasta resulta avergonzante para los y las jóvenes ser descubiertos en esta práctica. Lo impactante, por lo menos para mí, en mi trabajo terapéutico, es que estas heridas se las infligen en estado de total lucidez, porque no se trata aquí de casos relacionados con “la locura” sino de una forma particular de luchar contra el malestar de vivir. No lo cuentan, no lo comparten y generalmente “son des-cubiertos”, son heridas deliberadas que al decir de ellos o ellas, fueron usadas para liberar o aliviar tensiones. En estos actos el otro suele estar “ausente” en los pensamientos, por eso es la manifestación que como analistas nos lleva a indagar, a bucear, porque suelen estar ligadas a experiencias de “violencia emocional” asociadas a abusos, maltratos e indiferencias que fueron disociados en la infancia, tanto para proteger el vulnerable aparato psíquico de un malestar inmanejable como para preservar la relación con unos cuidadores de los que se depende esencial y vitalmente. Esta “violencia emocional” conduce a que los y las adolescentes, en momentos de crisis, se aparten de los otros para buscar desesperadamente el consuelo, en una acción dirigida hacia sí mismos. La expectativa es que el dolor emocional debe ser gestionado sin recurrir a otros…el desamparo infantil da lugar al desvalimiento y falta de confianza en el otro, falla el intercambio con el resto del mundo.
El “corte-tatuaje” como palabra hecha carne, en el lugar del límite, entre lo psíquico y lo somático, entre lo interno y lo externo, exige un desciframiento particular, un traductor-interpretador que lo vea en su esencia, es decir, nuestro trabajo en el espacio terapéutico.
La esperanza es, en última instancia, un don que los adultos y las adultas debemos ofrecerles a los y las jóvenes…y nosotrxs como terapeutas, no podemos quedar fuera de esa propuesta.