Lic. Ana Maria Satuf
INTRODUCCIÓN
Este trabajo me convoca a tomar como punto de partida la clínica con niños, para interrogar los síntomas actuales que nos sitúa en un escenario de articulación y entretejimiento de los decires desde la práctica y la teoría.
Al profundizar sobre la “detección” en casos de NNyA que fueron agredidos sexualmente, me lleva a la pregunta sobre los indicios que aparecen en el silencio, y que siempre hacen ruido en el espacio clínico, de las formas más diversas.
El detectar nos hace repensar la cuestión del diagnóstico y evaluación psicológica, que muchas veces llega a la consulta, desde diferentes ámbitos, como es la familia, la escuela, la justicia.
Escuchar a un niño supone situarnos en el campo del sufrimiento, y recordemos que este sufrimiento refiere al padecimiento de un sujeto que se enfrenta a la perdida, al rechazo, a la decepción que le llega desde otro a quien a investido libidinalmente.
Palabras, juegos y dibujos se irán entrecruzando y construyendo, y será el lugar del analista el que hará lectura del “más allá del decir” de ese niño, niña, adolescente.
El presente caso clínico, ilustrado a partir de fragmentos de un Informe Psicológico, presentado ante el Ministerio Publico Fiscal de Santiago del Estero, intenta mostrar a las claras, el trabajo minucioso, profundo, responsable y sostenido que hice en la clínica, (al modo de un cirujano que interviene en lo dañado y busca curar), desde que ese niño que no decía nada, me miró por primera vez, dejando la puerta abierta del consultorio para sentirse más seguro.
PRESENTANDO A AMIR
Este caso fue traído por Amir al consultorio (nombrado de esta manera, por cuestiones de secreto profesional), después de la denuncia formulada por su madre en sede judicial cuando el niño tenía menos de 3 años, a partir de su relato espontáneo (…) sobre lo acontecido con su padre biológico. La madre refiere haber observado cambios que le llamaron la atención (…).
Hoy Amir tiene 8 años recién cumplidos y en su “relato” se puede ver y escuchar los intentos de elaboración de lo traumático, mediante el juego, el dibujo y sus decires, logrando una proyección del daño sufrido también a través de la narración de cuentos y sueños. Es en el espacio terapéutico y en transferencia donde se sujeta, contiene y aloja lo que carga Amir.
En los dos primeros encuentros con el niño, lo único que pudo decir tartamudeando y con mucha ansiedad, es que su padre le daba leche de pito, que tenía el pito grande, que le ponía crema en la cola y que le dolía mucho, que era malo porque le hacía daño.
Se refería al padre por el nombre y lo hacía con mucho rechazo.
Después… no volvió a nombrarlo ni a contar lo sucedido… empezó a actuar…
REPITIENDO ESCENAS
En la primera etapa del trabajo analítico con Amir, se deja ver que en el espacio del consultorio hay repetición de escenas traumáticas, hay descarga emocional, hay evitación y actitud defensiva; a lo que luego de un tiempo de elaboración y reparación del daño, el niño se permite tomarlo como un ambiente más familiar y de proximidad con la psicóloga, donde habrá transformes, cambios, pueden variar los juegos, se permite desplazar, sus narraciones adquieren otra significación y algo de lo simbólico y representacional empieza a aparecer.
Cuando hablamos de una situación traumática, estamos refiriéndonos a algo del orden de ausencia de palabras, de un exceso de energía que no encuentra una vía de descarga a través del pensamiento y la palabra y se experimenta como un afecto en el cuerpo, regulada por el síntoma. Ese afecto en el cuerpo sin palabras llama a una repetición mediada por la respuesta que el sujeto dio a esa primera experiencia sin palabras. Se busca repetir porque se produce una fijación pulsional.
Al pasar el tiempo, Amir dejó de nombrar a su padre, de relatar lo que vivió, “se olvidó”, no se acordó más, pero lo actuaba, refería lo doloroso a través de su conducta, a veces agresiva. La palabra dio lugar a la acción. Parecía como que alguien le había ordenado que hable, para después dar lugar a la expresión de lo traumático a través del juego. Esto nos habla de repetición, de temporalidad, de tramitación.
En el juego y en la conducta de Amir queda reflejada la repetición, ya que es un juego persistente, donde repite compulsivamente el contenido y los personajes, en un intento de manejar lo traumático, de elaborarlo, de desprenderse de eso penoso. Actúa una serie de movimientos secuenciales que concluyen siempre de la misma manera evidenciando por momentos rigidez en el juego, sin poder variar la actitud o la acción del personaje, los soldados luchan contra los superhéroes y el doctor cura a los muñecos. Freud (1920) dirá que “(…) los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida; de ese modo abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, por así decir, de la situación” (p.16).
TRATANDO DE DEFENDERSE
Se observa en Amir organizaciones y funciones cognitivas, acordes a su momento evolutivo. La memoria, atención y percepción, estarían conservadas, pero a la vez obturadas por los afectos penosos, por eso se olvida, hay amnesia de lo vivenciado, se muestra permanentemente en estado de alerta e hipervigilancia.
En lo que respecta a las emociones y afectos en Amir, persisten el miedo y la sensación de desvalimiento y desamparo. Hubo un tiempo en el que se agudizaron los temores e inseguridades, localizados a través de un virus, de la enfermedad y de los sueños y pesadillas “…tengo que estar despierto de noche, vigilando los ruidos…”. Si bien esto puede estar suscitado por la situación de pandemia que se estaba viviendo en ese entonces, no deja de ser reflejo, al mismo tiempo, del mundo interno del pequeño.
Estas emociones, como la desconfianza, el rechazo, el miedo, serían el modo de presentación de niños que atravesaron situaciones traumáticas, disruptivas en su vida, y que lo llevan a utilizar mecanismos de defensa, típicos de la etapa anal (retención – expulsión, agresividad, tensión del doble, defensas primarias) para amortiguar la angustia.
El trauma que generan las agresiones en la infancia, se presenta como devastador de la subjetividad. El efecto de la imposibilidad de simbolizar impregna al sujeto, sumado a fuertes sensaciones de inermidad y de terror. En relación al terror Silvia Bleichmar (2000) entiende que el terror se produce cuando el sujeto sabe a qué le teme, pero no tiene posibilidad de instrumentar defensas ante lo temido, para protegerse. Se desarrolla de esta manera un estado de hipervigilancia que los consume pero no los protege de la repitencia del acontecimiento.
Claudia Amigo (2018), al referirse a la Teoría del Apego de Bowlby, asegura que éste sostiene que cuando se dice que un niño está apegado o tiene apego a alguien, significa que está totalmente dispuesto a buscar la proximidad y el contacto con una figura concreta y a hacerlo en determinadas situaciones, sobre todo cuando está asustado, cansado o cuando se siente en peligro. (Amigo, p.90).
Si tenemos en cuenta que todos los encuentros con Amir se llevaron a cabo con la puerta abierta del consultorio para que el niño pueda encontrar la presencia y la proximidad de su madre cuando él la necesitara, se infiere, en términos de estructura, que aún se encuentra en el momento de alienación, lo que sería en Melanie Klein (1952), la ansiedad paranoide. Por miedo a la angustia que produce la separación de la figura materna, se muestra en constante estado de alerta e hipervigilancia, pendiente de los ruidos y de la figura de su madre, o del familiar que lo lleva al consultorio. Siempre con ese tinte paranoide que también presenta su madre.
Ahora, siendo más grande, Amir empieza a permitir que la puerta del consultorio se cierre para que no salga el frío del aire acondicionado, aunque a veces sigue buscando excusas para “consultarle algo” a su abuela, o a quien lo espera afuera.
En uno de sus textos Freud (1938) sostenía que la historia deja sus marcas, sus huellas mnémicas en acontecimientos que no pudieron ser comprendidos y que quedaron aislados, “fuera del comercio asociativo”, es decir, de la memoria y de la palabra.
Lo que no se puede “asociar” lo pienso como lo opuesto de “disociar”, siendo éste último un mecanismo defensivo que protege al niño del recuerdo tan abrumador, paralizante y devastador.
Amigo, C. (2018) cita en su libro a Cantón Duarte & Cortés Arboleda (2006), quienes afirman que los sucesos traumáticos anteriores a los 30 meses de edad es posible que se organicen como memoria implícita, no llegando a adquirir una forma narrativa. Recién después podrán informar sobre los detalles de los sucesos, pero con el apoyo de señales contextuales. Los niños pequeños tienden a realizar descripciones más breves con menos detalles sobre las situaciones abusivas, pero con más exactitud. (Amigo, p.151)
Asimismo, esta autora refiere que en la medida que el niño crece, las vivencias de abuso sexual pueden afectar el procesamiento de la información de varias formas por la intrusión de la memoria traumática en la capacidad de atención y por la naturaleza aplastante de la situación traumática. Entre esas formas, están los problemas generalizados de atención, distraibilidad, hiperactividad y disociación.
Tanto para la psicología como para el psicoanálisis, varios autores coinciden en que diferentes mecanismos defensivos, se despliegan tanto en gráficos como juegos: Regresión, Disociación, Negación, Identificación con el agresor, Proyección, Represión. Según Colombo y Beigberder, todas ellas en forma masiva y en discordancia con la etapa evolutiva.
Hay que tener en cuenta que los abusos sufridos antes de los cinco años provocan más síntomas disociativos que el que se inicia en edades más tardías. Por otro lado, el abuso sexual experimentado entre el nacimiento y los tres años presenta dificultades para ser detectado porque las víctimas no pueden relatarlo por sí mismas, sobre todo de modo referencial. (Amigo, p.49)
¿Es posible que aparezca lo simbólico cuando el niño no quiere dibujar?
Resultan llamativas las dificultades que presenta Amir para simbolizar a través del dibujo, solo hace rayas y garabatos que automáticamente quiere desechar o deshacerse, al igual que lo que escribe la psicóloga; no quiere que queden registros en el consultorio. No puede o se niega a manifestar a través de la conducta gráfica, algo de lo traumático. Su capacidad para simbolizar está centrada en la palabra, en el juego, no en el dibujo. Lo que hace Amir es recortar y recortar papelitos una y otra vez en cada sesión, para que así vaya perdiendo la forma original, dejando de ser como era, de desarmar para volver a construirse en el trabajo analítico.
La producción gráfica es siempre una re-presentación. Con base en el acervo mnémico, sensoperceptivo y emocional, las experiencias vistas, escuchadas y/o vivenciadas, se vuelven a presentar –representación-, a desplegar y a expresar por medio del grafismo. Cuando no se dibuja, como en este caso, se puede ver claramente la dificultad de representación que tiene lo traumático.
La insuficiencia de lo simbólico es la inexistencia de una palabra, que en este caso sería de un dibujo, que grafique elementos de una escena. La condición para que algo sea traumático es que en el momento en que se vivió no pudiera ser simbolizado.
En Dibujos que hablan (2010), Boscato, Ortalli y Sobrero, afirman que es en el dibujo, como expresión más primitiva, donde pueden rastrearse las huellas del trauma, donde hay proyección que se “plasma” en alguna región de la figura dibujada, evidenciándose una correspondencia con el esquema corporal. (p.30)
AMIR SIEMPRE JUGÓ Y ESO LO SALVÓ
La simbolización psicoanalítica habla de una pérdida que se inscribe como marca, huella, representación. En el juego de estos niños, como refiere Bleichmar (1999), vemos emerger fragmentos de lo real vivido, sin metabolización ni transcripción, ante los cuales es necesario, más que interpretarlos, restituirlos en su carácter simbólico, a través del establecimiento de formaciones de transición.
En relación a la actitud del niño frente al encuentro con la psicóloga, con el espacio del consultorio, frente al juego y a las distintas formas del lenguaje, aún conserva una conducta de apego con la figura de la madre, y un comportamiento evitativo e impulsivo hacia lo que le significa peligro.
Es por esto que mantiene una actitud defensiva, disociándose como una forma de protegerse, y dotando de poder a todos los personajes que lo acompañan en la lucha contra el malo.
Algunos autores (Colombo y Beigbeder, 2012) denominan juego post-traumático, al juego que consiste en la repetición compulsiva del hecho traumático, como un intento de manejarlo. Amir reacciona muchas veces agresivamente, como recreando actos violentos vivenciados. En sus juegos habla de dolor, de daño sufrido por los personajes de sus secuencias lúdicas, cargadas de emotividad. Es evidente que el juego cumple en Amir una función de repetición, de catarsis, expresada a través de golpes hacia los objetos, o entre los personajes, el descontrol impulsivo.
Según Aberastury (1972), “el juego, como los sueños, son funciones y actividades llenas de sentido. La función del juego es la de elaborar las situaciones excesivas para el yo -traumáticas-, cumple una función catártica y de asimilación lenta mediante la repetición de los hechos diarios y los cambios de roles, por ejemplo, haciendo activo lo que se ha sufrido pasivamente” (p. 42).
Tal como hacen referencia Colombo y Beigbeder (2012), esta misma autora mencionada, en 1987 seguirá diciendo que al jugar el niño desplaza al exterior miedos, angustias y problemas internos dominándolos mediante la acción. Repite en el juego todas las situaciones excesivas para su yo débil, y al repetir se permite dominar la acción para poder cambiar ese final que fue penoso y doloroso.
Hoy Amir tiene 8 años recién cumplidos, y en su intento de elaboración y tramitación de lo traumático, en el espacio analítico, a través del juego, de los cuentos y sueños, trata de historizar-se y representar-se poniendo fin a esa película de terror que vivió, manifestando: “…yo le dije a mi seño que no tengo papá, porque me hizo daño cuando era más chico… ahora si lo veo lo hago meter en la cárcel y que no salga más…”
El niño se encuentra en un periodo de reparación del daño, a través del juego y de la narración de sueños de angustia y cuentos infantiles por parte de la psicóloga y de la reproducción por parte del niño, logrando la proyección del daño sufrido a través de diferentes materiales, curando, venciendo el bueno sobre el malo, alimentando al indefenso e inventando otro final a esos sueños de terror.
Se infiere que, a partir del corte de las situaciones abusivas y la presencia de figuras protectoras, como su madre, el niño ha empezado a abrir sus ojos y a tomar conciencia del valor de sus palabras. De esta manera, aquellas vivencias traumáticas que habían quedado bajo la amnesia, mediante el trabajo de elaboración y anudamiento, la psicóloga va tras las huellas, va “más allá del decir del niño”, a través del espacio lúdico, de la narración, de las defensas y resistencias de Amir, es decir, intenta ir tras el lenguaje de los síntomas, aquellos que muestran los indicadores de que existe un trauma: Amir representa al doctor que pone vendas y vendas, a la herida que dejó el abuso.
A MODO DE CONCLUSION
ESCUCHAR A UN NIÑO vs REDUCCION OBJETIVANTE
Entiendo que lo que se calla, sigue hablando, no se olvida, aparece en sus distintas versiones, camuflado, confrontándonos en cada momento con nuestro quehacer profesional, en la búsqueda de estrategias de intervención en lo singular de cada caso.
Cuando nos referimos a niños, niñas y adolescentes, que sufrieron algún tipo de agresión por parte de un adulto, se espera que desde el lugar que nos toca intervenir, los escuchemos, que seamos empáticos, respetuosos, que les otorguemos credibilidad a sus lenguajes. Lamentablemente esto no siempre es así y el relato es escuchado en forma inadecuada, sesgada y en una modalidad carente de empatía frente al sufrimiento de ese otro indefenso.
Tal como afirman Boscato, Ortalli y Sobrero (2010)
…el descrédito de lo ocurrido, por parte de aquellas personas a las que el niño expresa la agresión sufrida, refuerza el efecto traumático. Convirtiéndose los adultos, en ocasiones; en partícipes por omisión… (p.25)
Investigar desde el lugar de analistas, escuchando los diferentes lenguajes, implica siempre el encuentro con las huellas, las marcas, los indicios a través de los cuales se llega a la verdad psíquica, no material ni fáctica, por medio del entrecruzamiento de la clínica, la teoría y la necesidad de descifrar la retórica del inconsciente y los juegos de lenguaje de la praxis” (Cohen Imach, 2011).
Este abordaje clínico-práctico y teórico da cuenta de la dimensión traumática como acontecimiento que afecta al tiempo psíquico y a la temporalidad en un detenimiento con efectos sintomáticos. El trauma trastoca las coordenadas del relato de una vida, inscribiendo al acontecimiento traumático como lo que escinde al sujeto y a su relato en un antes y un después. Dice Doltó (citado por Cohen Imach, 2019) que, ante lo traumático, lo que se detiene es la palabra y sigue hablando el cuerpo. Amir dice mucho a través de su cuerpo y de las posiciones defensivas ante el ataque, de ahí que se pudo observar la imposibilidad de simbolizar que presenta, esas fallas en la posibilidad de articulación y de representación, y lo que hace es repetir, con el cuerpo, con el juego, con sus miedos y el apego excesivo hacia la figura protectora. Pero creo que este es el camino que debe seguir el analista para que este niño no quede en el lugar de objeto, posición coagulada, de repetición, sino que se produzca un cambio en la posición subjetiva del mismo y un cambio en la mirada de los que intervenimos.
Veccia, Cattaneo, Calzada, Ibáñez (2008) refieren sobre la convergencia como la reiteración de una secuencia dinámica (entre palabras, juego, dibujo, narraciones, conducta) que se expresa por medio de indicadores “disímiles” a veces opuestos pero que expresan un mismo conflicto.
Entonces, una buena práctica sabrá leer
entre sus coordenadas, el más allá del decir de cada niño, niña o adolescente.
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¹ La designación Transformer se deriva de la capacidad que poseen estos juguetes para transformarse y cambiar por formas alternativas, es decir, pueden adquirir una nueva significación de acuerdo a como el niño lo arme.